The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 29 marzo

Un sermón de Padre Juan Sandoval
El quinto domingo de Cuaresma

 

La Colecta

Dios todopoderoso, sólo tú puedes ordenar los afectos y voluntades rebeldes de los pecadores: Concede gracia a tu pueblo para amar lo que tú dispones y desear lo que tú prometes; a fin de que, en medio de los rápidos y variados cambios del mundo, nuestros corazones permanezcan fijos allí donde se encuentran los verdaderos goces; por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre.  Amén.

Primera Lectura: Ezequiel 37:1–14

El Señor puso su mano sobre mí, y me hizo salir lleno de su poder, y me colocó en un valle que estaba lleno de huesos. El Señor me hizo recorrerlo en todas direcciones; los huesos cubrían el valle, eran muchísimos y estaban completamente secos. Entonces me dijo: «¿Crees tú que estos huesos pueden volver a tener vida?» Yo le respondí: «Señor, sólo tú lo sabes.»

Entonces el Señor me dijo: «Habla en mi nombre a estos huesos. Diles: “Huesos secos, escuchen este mensaje del Señor. El Señor les dice: Voy a hacer entrar en ustedes aliento de vida, para que revivan. Les pondré tendones, los rellenaré de carne, los cubriré de piel y les daré aliento de vida para que revivan. Entonces reconocerán ustedes que yo soy el Señor.”» Yo les hablé como él me lo había ordenado. Y mientras les hablaba, oí un ruido: era un terremoto, y los huesos comenzaron a juntarse unos con otros. Y vi que sobre ellos aparecían tendones y carne, y que se cubrían de piel. Pero no tenían aliento de vida.

Entonces el Señor me dijo: «Habla en mi nombre al aliento de vida, y dile: “Así dice el Señor: Aliento de vida, ven de los cuatro puntos cardinales y da vida a estos cuerpos muertos.”» Yo hablé en nombre del Señor, como él me lo ordenó, y el aliento de vida vino y entró en ellos, y ellos revivieron y se pusieron de pie. Eran tantos que formaban un ejército inmenso.

Entonces el Señor me dijo: «El pueblo de Israel es como estos huesos. Andan diciendo: “Nuestros huesos están secos; no tenemos ninguna esperanza, estamos perdidos.” Pues bien, háblales en mi nombre, y diles: “Esto dice el Señor: Pueblo mío, voy a abrir las tumbas de ustedes; voy a sacarlos de ellas y a hacerlos volver a la tierra de Israel. Y cuando yo abra sus tumbas y los saque de ellas, reconocerán ustedes, pueblo mío, que yo soy el Señor. Yo pondré en ustedes mi aliento de vida, y ustedes revivirán; y los instalaré en su propia tierra. Entonces sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo he hecho. Yo, el Señor, lo afirmo.”»

 

Salmo 130

1   De lo profundo, oh Señor, a ti clamo; Señor, escucha mi voz; *

estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica.

2   Si tú, oh Señor, notares los delitos, *

¿quién, oh Señor, podrá mantenerse?

3   Mas en ti hay perdón, *

por tanto serás venerado.

4   Aguardo al Señor; le aguarda mi alma; *

en su palabra está mi esperanza.

5   Mi alma aguarda al Señor, más que los centinelas a la aurora, *

más que los centinelas a la aurora.

6   Oh Israel, aguarda al Señor, *

porque en el Señor hay misericordia;

7   Con él hay abundante redención, *

y él redimirá a Israel de todos sus pecados.

 

La Epístola: Romanos 8:6–11

Y preocuparse por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil lleva a la muerte; pero preocuparse por las cosas del Espíritu lleva a la vida y a la paz. Los que se preocupan por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil son enemigos de Dios, porque ni quieren ni pueden someterse a su ley. Por eso, los que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil no pueden agradar a Dios.

Pero ustedes ya no viven según esas inclinaciones, sino según el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, el espíritu vive porque Dios los ha hecho justos, aun cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes.

 

El Evangelio: San Juan 11:1–45

Había un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María, que era hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos. Así pues, las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: —Señor, tu amigo querido está enfermo.

Jesús, al oírlo, dijo: —Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios.

Aunque Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos: —Vamos otra vez a Judea.

Los discípulos le dijeron: —Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?

Jesús les dijo: —¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz que hay en este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz.

Después añadió: —Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo.

Los discípulos le dijeron: —Señor, si se ha dormido, es señal de que va a sanar.

Pero lo que Jesús les decía es que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: —Lázaro ha muerto. Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para ustedes, para que crean. Pero vamos a verlo.

Entonces Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: —Vamos también nosotros, para morir con él.

Al llegar, Jesús se encontró con que ya hacía cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Betania se hallaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros; y muchos de los judíos habían ido a visitar a Marta y a María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirlo; pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús: —Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas.

Jesús le contestó: —Tu hermano volverá a vivir.

Marta le dijo: —Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.

Jesús le dijo entonces: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?

Ella le dijo: —Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

Después de decir esto, Marta fue a llamar a su hermana María, y le dijo en secreto: —El Maestro está aquí y te llama.

Tan pronto como lo oyó, María se levantó y fue a ver a Jesús. Jesús no había entrado todavía en el pueblo; estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con él. Al ver que María se levantaba y salía rápidamente, los judíos que estaban con ella en la casa, consolándola, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.

Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo: —Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se estremeció, y les preguntó: —¿Dónde lo sepultaron?

Le dijeron: —Ven a verlo, Señor.

Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: —¡Miren cuánto lo quería!

Pero algunos de ellos decían: —Éste, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriera?

Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús dijo: —Quiten la piedra.

Marta, la hermana del muerto, le dijo: —Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.

Jesús le contestó: —¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?

Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: —Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado.

Después de decir esto, gritó: —¡Lázaro, sal de ahí!

Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo. Jesús les dijo: —Desátenlo y déjenlo ir.

Por esto creyeron en Jesús muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María y que vieron lo que él había hecho.