The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 26 abril 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
El tercero domingo de la Pascua

 

Primera Lectura: Hechos 2:14a, 36–41

Entonces Pedro se puso de pie junto con los otros once apóstoles, y con voz fuerte dijo: […] «Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías.»

Cuando los allí reunidos oyeron esto, se afligieron profundamente, y preguntaron a Pedro y a los otros apóstoles: —Hermanos, ¿qué debemos hacer?

Pedro les contestó: —Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo. Porque esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos; es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar.

Con éstas y otras palabras, Pedro les habló y les aconsejó, diciéndoles: —¡Apártense de esta gente perversa!

Así pues, los que hicieron caso de su mensaje fueron bautizados; y aquel día se agregaron a los creyentes unas tres mil personas.

 

Salmo 116:1–3, 10–17

1    Amo al Señor, pues ha oído mi voz y mi súplica; *
          porque ha inclinado a mí su oído, siempre que le invoco.
2    Ligaduras de muerte me enredaron;
      me alcanzaron las garras de la tumba; *
          hallé angustia y dolor.
3    Entonces invoqué el Nombre del Señor: *
          “Oh Señor, dígnate salvar mi vida”.
10   ¿Cómo pagaré al Señor *
          por todos sus beneficios para conmigo?
11   Alzaré la copa de la salvación, *
          e invocaré el Nombre del Señor.
12   Pagaré mis votos al Señor *
          delante de todo su pueblo.
13   Preciosa a los ojos del Señor, *
          es la muerte de sus siervos.
14   Oh Señor, yo soy tu siervo; siervo tuyo soy, hijo de tu sierva; *
          me has librado de mis prisiones.
15   Te ofreceré el sacrificio de alabanza, *
          e invocaré el Nombre del Señor.
16   Pagaré mis votos al Señor *
          delante de todo su pueblo,
17   En los atrios de la casa del Señor, *
          en medio de ti, oh Jerusalén. ¡Aleluya!

 

La Epístola: 1 San Pedro 1:17–23

Si ustedes llaman «Padre» a Dios, que juzga a cada uno según sus hechos y sin parcialidad, deben mostrarle reverencia durante todo el tiempo que vivan en este mundo. Pues Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha. Cristo había sido destinado para esto desde antes que el mundo fuera creado, pero en estos tiempos últimos ha aparecido para bien de ustedes. Por medio de Cristo, ustedes creen en Dios, el cual lo resucitó y lo glorificó; así que ustedes han puesto su fe y su esperanza en Dios.

Ahora ustedes, al obedecer al mensaje de la verdad, se han purificado para amar sinceramente a los hermanos. Así que deben amarse unos a otros con corazón puro y con todas sus fuerzas. Pues ustedes han vuelto a nacer, y esta vez no de padres humanos y mortales, sino de la palabra de Dios, que es viva y permanente. 

 

El Evangelio: San Lucas 24:13–35

Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos. Pero aunque lo veían, algo les impedía darse cuenta de quién era. Jesús les preguntó: —¿De qué van hablando ustedes por el camino?

Se detuvieron tristes, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, contestó: —¿Eres tú el único que ha estado alojado en Jerusalén y que no sabe lo que ha pasado allí en estos días?

Él les preguntó: —¿Qué ha pasado?

Le dijeron: —Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él sería el que había de libertar a la nación de Israel. Pero ya hace tres días que pasó todo eso. Aunque algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro, y como no encontraron el cuerpo, volvieron a casa. Y cuentan que unos ángeles se les han aparecido y les han dicho que Jesús vive. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal como las mujeres habían dicho, pero a Jesús no lo vieron.

Entonces Jesús les dijo: —¡Qué faltos de comprensión son ustedes y qué lentos para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?

Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas.

Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba a seguir adelante. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: —Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche.

Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Sin esperar más, se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a sus compañeros, que les dijeron: —De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón.

Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús cuando partió el pan.