The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 17 mayo 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
El sexto domingo de la Pascua

 

Primera Lectura: Hechos 17:22–31

Pablo se levantó en medio de ellos en el Areópago, y dijo:

«Atenienses, por todo lo que veo, ustedes son gente muy religiosa. Pues al mirar los lugares donde ustedes celebran sus cultos, he encontrado un altar que tiene escritas estas palabras: “A un Dios no conocido”. Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles.

»El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos hechos por los hombres, ni necesita que nadie haga nada por él, pues él es quien nos da a todos la vida, el aire y las demás cosas.

»De un solo hombre hizo él todas las naciones, para que vivan en toda la tierra; y les ha señalado el tiempo y el lugar en que deben vivir, para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarlo, aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos; como también algunos de los poetas de ustedes dijeron: “Somos descendientes de Dios.” Siendo, pues, descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios sea como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres hacen según su propia imaginación. Dios pasó por alto en otros tiempos la ignorancia de la gente, pero ahora ordena a todos, en todas partes, que se vuelvan a él. Porque Dios ha fijado un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por medio de un hombre que él ha escogido; y de ello dio pruebas a todos cuando lo resucitó.»

 

Salmo 66:7–18

7    Bendigan, pueblos, a nuestro Dios; *

          hagan oír la voz de su alabanza.

8    El es quien preserva a nuestra alma en vida; *

          y no permite que nuestros pies resbalen;

9    Porque tú, oh Dios, nos probaste; *

          nos refinaste como refinan la plata.

10   Nos metiste en la red; *

          pusiste sobre nuestros lomos pesada carga.

11   Hiciste cabalgar enemigos sobre nuestra cabeza;

      atravesamos por fuego y agua; *

          pero nos sacaste a un lugar de abundancia.

12   Entraré a tu casa con holocaustos, y te pagaré mis votos, *

          que pronunciaron mis labios,

          y habló mi boca, cuando estaba angustiado.

13   Te ofreceré holocaustos de animales cebados,

      con sahumerios de carneros; *

          inmolaré bueyes y cabros.

14   Vengan, oigan, cuantos temen a Dios, *

          y les contaré lo que ha hecho conmigo.

15   A él clamé con mi boca, *

          y lo ensalzó mi lengua.

16   Si yo tuviese maldad en mi corazón, *

          mi Soberano no me habría escuchado;

17   Mas ciertamente me escuchó Dios, *

          y atendió a la voz de mi súplica.

18   Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración, *

          ni me retiró su favor.

 

La Epístola: 1 San Pedro 3:13–22

¿Quién podrá hacerles mal, si ustedes se empeñan siempre en hacer el bien? Pero aun si por actuar con rectitud han de sufrir, ¡dichosos ustedes! No tengan miedo a nadie, ni se asusten, sino honren a Cristo como Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. Pórtense de tal modo que tengan tranquila su conciencia, para que los que hablan mal de su buena conducta como creyentes en Cristo, se avergüencen de sus propias palabras.

Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal. Porque Cristo mismo sufrió la muerte por nuestros pecados, una vez para siempre. Él era inocente, pero sufrió por los malos, para llevarlos a ustedes a Dios. En su fragilidad humana, murió; pero resucitó con una vida espiritual, y de esta manera fue a proclamar su victoria a los espíritus que estaban presos. Éstos habían sido desobedientes en tiempos antiguos, en los días de Noé, cuando Dios esperaba con paciencia mientras se construía la barca, en la que algunas personas, ocho en total, fueron salvadas por medio del agua. Y aquella agua representaba el agua del bautismo, por medio del cual somos ahora salvados. El bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en pedirle a Dios una conciencia limpia; y nos salva por la resurrección de Jesucristo, que subió al cielo y está a la derecha de Dios, y al que han quedado sujetos los ángeles y demás seres espirituales que tienen autoridad y poder.

 

El Evangelio: San Juan 14: 15–21

Jesús dijo: —Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.

»No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán, y vivirán porque yo vivo. En aquel día, ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí, y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él.