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Los Magos y el Niño Santo

Un sermón de Padre Juan Sandoval
Año C, Epifania

 

A pesar de que muchos piensan que los pastores no siempre estan con sus rebaños.  De vez en cuando, los pastores tienen un día libre.  Quizás llegan al pueblo, entran a la cantina y piden una cerveza,  quizás ordenen una comida caliente. Cuando llegan allí, están sucios; huelen mal, como el excremento de las ovejas que se les pega a los zapatos o sandalias. Algunos dicen que se criaron en un granero, y tal vez así fue. Son pobres; no tienen educación; algunos pueden tener antecedentes penales.  Algunos piensan que los animales no les importa.  Los pastores si les importa su rebaño porque es su vida cuidar a las ovejas. 

Cuando llegan a un pueblo, no son personas que son invitadas a tomar alojamiento.  Pero en vez de eso, les invitamos que se queden en el establo.  Para él pastor,  este establo es un lugar de consuelo, y aunque la gente del pueblo no le hablen, es un lugar donde de vez en cuando puede escuchar una voz humana en lugar de solo ovejas. 

Hace algunos años viniendo aquí en sus días libres. Desde aquella noche, cuando este ser se presentó ante él y sus compañeros (ellos jurarían que era un ángel) y les dijo: «No tengan miedo; porque les traigo una buena noticia que será motivo de gran gozo para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un-Salvador, que es el Mesías». El ángel les dijo: «Vayan y busquen a este niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Así que juntos pensaron que las ovejas estarían bien; sería mejor que llegaran a ver esta cosa que ha transpirado.   

Esta mañana estan sorprendidos porque cuando llegan al establo, hay tres hombres que nunca han visto antes.  Son de muy lejos. Llevan una capa de polvo en la ropa debido al viaje, pero es evidente que son de lujo. No llevan nada que denote clase o rango, pero por su aspecto sabe que pertenecen a una posición social muy superior a la suya. Uno de ellos pregunta con voz cansada de viajar, como si fuera la centésima vez: “¿Dónde está el niño que ha nacido rey de los judíos?  

El pastor considera dejar esta conversación donde está. En este punto, fácilmente podría estar metiéndose en problemas. Pero bueno, el ángel le dijo: “No tengas miedo”. Entonces, dando un salto de fe, pregunta: “¿Te refieres a ese niño pequeño que nos dijeron que era el Mesías?”. Continúa: “Sí, lo vi. Estaba con mi rebaño cuando vimos ángeles, es verdad, ¡ángeles! Nos dijeron que viniéramos aquí, así que lo vimos. Lo vimos. Lo recuerdo. Era solo una cosa diminuta, pero los ángeles dijeron que es el Mesías. Pero creo que esos ángeles tenían razón; lo creo”. 

Y los magos se quedan mirándolo fijamente durante lo que parece una eternidad, hasta que uno dice: “Sí, es él”.   

Y otro dice: “El rey de Jerusalén dijo que nació por aquí, así que pensamos que sería mejor comprobarlo aquí primero. Hemos venido a rendirle homenaje. Queremos darle regalos. Juntos, estos viajeros dicen: “Esta es una noticia maravillosa”. 

Esta mañana pasamos de la temporada de Navidad, el momento en que Dios toma forma y carne humana y vive entre nosotros, a la temporada de Epifanía. Y aunque la Navidad puede ser un acto difícil de seguir, en un sentido muy real, todo lo relacionado con nuestra fe es una celebración de la Epifanía. Epifanía significa literalmente “revelar”; se trata de quitar el velo que cubre algo. La Epifanía se trata de revelar lo que San Lucas nos promete: que “toda carne verá la salvación de Dios”; y lo que Isaías predijo: “la gloria del Señor se revelará, y todos los pueblos la verán juntos”. 

Hoy, en palabras del teólogo y educador Howard Thurman, descubrimos que la vida es mucho más de lo que habíamos imaginado. Los ángeles se esconden en cada rincón, los magos se disfrazan de gente común y los pastores visten las ropas de los jornaleros. La Buena Nueva del Evangelio es ésta: Cristo se nos revela tanto por medio de pastores como de reyes, por personas de todo tipo y condición social. De modo que cuando buscamos a Jesús, lo encontramos no sólo en quienes están a nuestra mesa o con quienes nos sentamos en la iglesia, sino también en los invisibles que cortan el césped, que quitan la nieve con pala, que empaquetan nuestros alimentos. 

Y, oh, mis hermanas y hermanos, cuando Dios nos dé este tipo de oportunidad (no si lo hace), nunca más podremos dar por sentado a nadie. Independientemente de si son ricos o pobres, si se parecen a nosotros y hablan como nosotros, si son de América, África, Oriente o Europa, Dios nos da la oportunidad de ver a Cristo en cada persona que conocemos. 

¿Podemos permitirnos viajar hacia allí ahora? 

¿Podemos reconocer que Dios obra maravillas de maneras inesperadas, en lugares apartados y en personas inesperadas y modestas?   

Porque Dios sigue trabajando. Porque sí, los sueños siguen llegando y los nuevos son recibidos con esperanza y asombro. Y mientras los tiranos y dictadores siguen haciendo estragos, la historia continúa. La historia es nuestra, tuya y mía. Me parece que debemos seguir escuchando nuestros sueños y a los magos, ángeles y profetas que nos visitan inesperadamente. 

Y si realmente así actúa Dios, ¿qué otra opción nos queda sino considerar a cada ser humano como un signo del amor santo? 

Por este niño, Dios encarnado y por nuestra vida en Cristo, demos gracias a Dios.   De hecho, hacemos el viaje y la historia continúa.

AMEN.