The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermon de 9 agosto 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
Propio 14

 

Primera Lectura: Génesis 37:1–4, 12–28

Jacob se quedó a vivir en Canaán, donde su padre había vivido por algún tiempo. Ésta es la historia de la familia de Jacob.

Cuando José era un muchacho de diecisiete años, cuidaba las ovejas junto con sus hermanos, los hijos de Bilhá y de Zilpá, que eran las concubinas de su padre. Y José llevaba a su padre quejas de la mala conducta de sus hermanos.

Israel quería a José más que a sus otros hijos, porque había nacido cuando él ya era viejo. Por eso le hizo una túnica muy elegante. Pero al darse cuenta sus hermanos de que su padre lo quería más que a todos ellos, llegaron a odiarlo y ni siquiera lo saludaban.  […]

Un día los hermanos de José fueron a Siquem, buscando pastos para las ovejas de su padre. Entonces Israel le dijo a José: —Mira, tus hermanos están en Siquem cuidando las ovejas. Quiero que vayas a verlos.

—Iré con mucho gusto —contestó José.

—Bueno —dijo Israel—, ve y fíjate cómo están tus hermanos y las ovejas, y regresa luego a traerme la noticia.

Israel mandó a José desde el valle de Hebrón, y cuando José llegó a Siquem, se perdió por el campo. Entonces un hombre lo encontró y le preguntó: —¿Qué andas buscando?

—Ando buscando a mis hermanos —respondió José—. ¿Podría usted decirme dónde están cuidando las ovejas?

—Ya se fueron de aquí —dijo el hombre—. Les oí decir que se iban a Dotán.

José fue en busca de sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos lo vieron venir a lo lejos, y antes de que se acercara hicieron planes para matarlo. Se dijeron unos a otros: —¡Miren, ahí viene el de los sueños! Vengan, vamos a matarlo; luego lo echaremos a un pozo y diremos que un animal salvaje se lo comió. ¡Y vamos a ver qué pasa con sus sueños!

Cuando Rubén oyó esto, quiso librarlo de sus hermanos, y dijo: —No lo matemos. No derramen sangre. Échenlo a este pozo que está en el desierto, pero no le pongan la mano encima.

Rubén dijo esto porque quería poner a salvo a José y devolvérselo a su padre; pero cuando José llegó a donde estaban sus hermanos, ellos le quitaron la túnica que llevaba puesta, lo agarraron y lo echaron al pozo, que estaba vacío y seco. Después se sentaron a comer.

En esto, vieron venir una caravana de ismaelitas que venían de Galaad y que traían en sus camellos perfumes, bálsamo y mirra, para llevarlos a Egipto. Entonces Judá les dijo a sus hermanos: —¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano, y después tratar de ocultar su muerte? Es mejor que lo vendamos a los ismaelitas y no que lo matemos, porque después de todo es nuestro hermano.

Sus hermanos estuvieron de acuerdo con él, y cuando los comerciantes madianitas pasaron por allí, los hermanos de José lo sacaron del pozo y lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata. Así se llevaron a José a Egipto.    

 

Salmo 105:1–6, 16–22, 45b

1    Den gracias al Señor, invoquen su Nombre; *

          den a conocer sus hazañas entre los pueblos.

2    Cántenle, cántenle alabanzas; *

          hablen de todas sus obras maravillosas.

3    Gloríense en su santo Nombre; *

          alégrese el corazón de los que buscan al Señor.

4    Busquen al Señor y su poder; *

          busquen continuamente su rostro.

5    Acuérdense de las maravillas que él ha hecho, *

          de los prodigios y de los juicios de su boca,

6    Oh vástago de Abrahán, su siervo, *

          oh hijos de Jacob, su escogido.

16   Entonces trajo hambre sobre la tierra, *

          cortando el sustento de pan.

17   Envió un varón delante de ellos, *

          a José, que fue vendido como esclavo.

18   Le trabaron los pies con grillos; *

          le pusieron argolla en el cuello.

19   Hasta la hora en que se cumplió su predicción, *

          la palabra del Señor le probó.

20   Mandó el rey, y le soltó; *

          el soberano de los pueblos lo libertó.

21   Lo puso por dueño de su casa, *

          por administrador de todas sus posesiones,

22   Para que instruyera a sus príncipes según su voluntad, *

          y a sus ancianos enseñara sabiduría. ¡Aleluya!

 

La Epístola: Romanos 10:5–15

De la justicia basada en la ley, Moisés escribió esto: «La persona que cumpla la ley, vivirá por ella.» Pero de la justicia basada en la fe, se dice: «No pienses: “¿Quién subirá al cielo?” —esto es, para hacer que Cristo baje—; o “¿Quién bajará al abismo?”» —esto es, para hacer que Cristo suba de entre los muertos. ¿Qué es, pues, lo que dice?: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos. Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.

La Escritura dice: «El que confíe en él, no quedará defraudado.» No hay diferencia entre los judíos y los no judíos; pues el mismo Señor es Señor de todos, y da con abundancia a todos los que lo invocan. Porque esto es lo que dice: «Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.» Pero ¿cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír, si no hay quien les anuncie el mensaje? ¿Y cómo van a anunciar el mensaje, si no son enviados? Como dice la Escritura: «¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas noticias!» 

 

El Evangelio: San Mateo 14:22–33

Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca, para que cruzaran el lago antes que él y llegaran al otro lado mientras él despedía a la gente. Cuando la hubo despedido, Jesús subió a un cerro, para orar a solas. Al llegar la noche, estaba allí él solo, mientras la barca ya iba bastante lejos de tierra firme. Las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron andar sobre el agua, se asustaron, y gritaron llenos de miedo: —¡Es un fantasma!

Pero Jesús les habló, diciéndoles: —¡Calma! ¡Soy yo: no tengan miedo!

Entonces Pedro le respondió: —Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua.

—Ven —dijo Jesús.

Pedro entonces bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: —¡Sálvame, Señor!

Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: —¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?

En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca se pusieron de rodillas delante de Jesús, y le dijeron: —¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!