The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 26 julio 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
Propio 12

 

Primera Lectura: Génesis 29:15–28

Labán dijo a Jacob: —No vas a trabajar para mí sin ganar nada, sólo porque eres mi pariente. Dime cuánto quieres que te pague.

Labán tenía dos hijas: la mayor se llamaba Lía, y la menor, Raquel. Lía tenía unos ojos muy tiernos, pero Raquel era hermosa de pies a cabeza. Como Jacob se había enamorado de Raquel, contestó: —Por Raquel, tu hija menor, trabajaré siete años para ti.

Entonces Labán contestó: —Es mejor dártela a ti que dársela a un extraño. Quédate conmigo.

Y así Jacob trabajó por Raquel durante siete años, aunque a él le pareció muy poco tiempo porque la amaba mucho. Cuando pasaron los siete años, Jacob le dijo a Labán: —Dame mi mujer, para que me case con ella, porque ya terminó el tiempo que prometí trabajar por ella.

Entonces Labán invitó a todos sus vecinos a la fiesta de bodas que hizo. Pero por la noche Labán tomó a Lía y se la llevó a Jacob, y Jacob durmió con ella. Además, Labán le regaló a Lía una de sus esclavas, llamada Zilpá, para que la atendiera. A la mañana siguiente Jacob se dio cuenta de que había dormido con Lía, y le reclamó a Labán: —¿Qué cosa me has hecho? ¿No trabajé contigo por Raquel? Entonces, ¿por qué me has engañado?

Y Labán le contestó: —Aquí no acostumbramos que la hija menor se case antes que la mayor. Cumple con la semana de bodas de Lía y entonces te daremos también a Raquel, si es que te comprometes a trabajar conmigo otros siete años.

Jacob aceptó, y cuando terminó la semana de bodas de Lía, Labán le dio a Raquel por esposa.    

 

Salmo 105:1–11, 45b

1    Den gracias al Señor, invoquen su Nombre; *

          den a conocer sus hazañas entre los pueblos.

2    Cántenle, cántenle alabanzas; *

          hablen de todas sus obras maravillosas.

3    Gloríense en su santo Nombre; *

          alégrese el corazón de los que buscan al Señor.

4    Busquen al Señor y su poder; *

          busquen continuamente su rostro.

5    Acuérdense de las maravillas que él ha hecho, *

          de los prodigios y de los juicios de su boca,

6    Oh vástago de Abrahán, su siervo, *

          oh hijos de Jacob, su escogido.

7    El es el Señor nuestro Dios; *

          por todo el mundo prevalecen sus juicios.

8    Se acuerda eternamente de su pacto, *

          la promesa que hizo para mil generaciones:

9    El pacto que hizo con Abrahán, *

          el juramento que juró a Isaac,

10   El cual estableció como ley para Jacob, *

          para Israel como pacto sempiterno,

11   Diciendo: “A ti te daré la tierra de Canaán, *

          como porción de tu heredad”. ¡Aleluya!

 

La Epístola: Romanos 8:26–39

De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo.

Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. A los que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el primero entre muchos hermanos. Y a los que Dios destinó desde un principio, también los llamó; y a los que llamó, los hizo justos; y a los que hizo justos, les dio parte en su gloria.

¿Qué más podremos decir? ¡Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros! Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido? Dios es quien los hace justos. ¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es quien murió; todavía más, quien resucitó y está a la derecha de Dios, rogando por nosotros. ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta? Como dice la Escritura:

«Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte;

nos tratan como a ovejas llevadas al matadero.»

Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!

 

El Evangelio: San Mateo 13:31–33, 44–52

Jesús también les contó esta parábola: «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es, por cierto, la más pequeña de todas las semillas; pero cuando crece, se hace más grande que las otras plantas del huerto, y llega a ser como un árbol, tan grande que las aves van y se posan en sus ramas.»

También les contó esta parábola: «El reino de los cielos es como la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para hacer fermentar toda la masa.» […]

»El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno.

»Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que andaba buscando perlas finas; cuando encontró una de mucho valor, fue y vendió todo lo que tenía, y compró esa perla.

»Sucede también con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo. Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles para separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.»

Jesús preguntó: —¿Entienden ustedes todo esto?

—Sí —contestaron ellos.

Entonces Jesús les dijo: —Cuando un maestro de la ley se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa, que de lo que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas.