The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 31 mayo 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
Día de Pentecostés

 

Primera Lectura: Hechos 2:1–21

Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran.

Vivían en Jerusalén judíos cumplidores de sus deberes religiosos, que habían venido de todas partes del mundo. La gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabía qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. Eran tales su sorpresa y su asombro, que decían: —¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas? Aquí hay gente de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene. Hay también gente de Roma que vive aquí; unos son judíos de nacimiento y otros se han convertido al judaísmo. También los hay venidos de Creta y de Arabia. ¡Y los oímos hablar en nuestras propias lenguas de las maravillas de Dios!

Todos estaban asombrados y sin saber qué pensar; y se preguntaban: —¿Qué significa todo esto?

Pero algunos, burlándose, decían: —¡Es que están borrachos!

Entonces Pedro se puso de pie junto con los otros once apóstoles, y con voz fuerte dijo: «Judíos y todos los que viven en Jerusalén, sepan ustedes esto y oigan bien lo que les voy a decir. Éstos no están borrachos como ustedes creen, ya que apenas son las nueve de la mañana. Al contrario, aquí está sucediendo lo que anunció el profeta Joel, cuando dijo:

“Sucederá que en los últimos días, dice Dios,

derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad;

los hijos e hijas de ustedes

comunicarán mensajes proféticos,

los jóvenes tendrán visiones,

y los viejos tendrán sueños.

También sobre mis siervos y siervas

derramaré mi Espíritu en aquellos días,

y comunicarán mensajes proféticos.

En el cielo mostraré grandes maravillas,

y sangre, fuego y nubes de humo en la tierra.

El sol se volverá oscuridad,

y la luna como sangre,

antes que llegue el día del Señor,

día grande y glorioso.

Pero todos los que invoquen el nombre del Señor,

alcanzarán la salvación.”

 

Salmo 104:25–35, 37

25   ¡Cuán múltiples tus obras, oh Señor *

          Hiciste todas ellas con sabiduría;

          la tierra está llena de tus criaturas.

26   He allí el grande y anchuroso mar,

      en donde bullen criaturas sin número, *

          tanto pequeñas como grandes.

27   Allí se mueven las naves, allí está ese Leviatán, *

          que modelaste para jugar con él.

28   Todos ellos te aguardan, *

          para que les des comida a su tiempo.

29   Se la das, la recogen; *

          abres tu mano, se sacian de bienes.

30   Escondes tu rostro y se espantan; *

          les quitas el aliento; expiran y vuelven a su polvo.

31   Envías tu Espíritu y son creados; *

          así renuevas la faz de la tierra.

32   Perdure la gloria del Señor para siempre; *

          alégrese el Señor en todas sus obras.

33 El mira a la tierra, y ella tiembla; *

         toca los montes, y humean.

34 Cantaré al Señor mientras viva; *

         alabaré a mi Dios mientras exista.

35 Que le sea agradable mi poema; *

         me regocijaré en el Señor.

37  Bendice, alma mía, al Señor. *

         ¡Aleluya!

 

Segunda Lectura: 1 Corintios 12:3b–13

Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», si no está hablando por el poder del Espíritu Santo.

Hay en la iglesia diferentes dones, pero el que los concede es un mismo Espíritu. Hay diferentes maneras de servir, pero todas por encargo de un mismo Señor. Y hay diferentes manifestaciones de poder, pero es un mismo Dios, que, con su poder, lo hace todo en todos. Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas. Pero todas estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada persona lo que a él mejor le parece.

El cuerpo humano, aunque está formado por muchos miembros, es un solo cuerpo. Así también Cristo. Y de la misma manera, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.                                                    

 

El Evangelio: San Juan 20:19–23

Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: —¡Paz a ustedes!

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez: —¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes.

Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.