The Cathedral of St. Philip - Atlanta, GA

Sermón de 2 agosto 2020

Un sermón de Padre Juan Sandoval
Propio 13

 

Primera Lectura: Génesis 32:23–32

Aquella misma noche Jacob se levantó, tomó a sus dos esposas, sus dos esclavas y sus once hijos, y los hizo cruzar el vado del río Jaboc, junto con todo lo que tenía. Cuando Jacob se quedó solo, un hombre luchó con él hasta que amaneció; pero como el hombre vio que no podía vencer a Jacob, lo golpeó en la coyuntura de la cadera, y esa parte se le zafó a Jacob mientras luchaba con él. Entonces el hombre le dijo: —Suéltame, porque ya está amaneciendo.

—Si no me bendices, no te soltaré —contestó Jacob.

—¿Cómo te llamas? —preguntó aquel hombre.

—Me llamo Jacob —respondió él.

Entonces el hombre le dijo: —Ya no te llamarás Jacob. Tu nombre será Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.

—Ahora dime cómo te llamas tú —preguntó Jacob.

Pero el hombre contestó: —¿Para qué me preguntas mi nombre?

Luego el hombre lo bendijo allí mismo. Y Jacob llamó a aquel lugar Penuel, porque dijo: «He visto a Dios cara a cara, y sin embargo todavía estoy vivo.»

Ya Jacob estaba pasando de Penuel cuando el sol salió; pero debido a su cadera, iba cojeando. 

 

Salmo 17:1–7, 16

1    Oye, oh Señor, mi causa justa; atiende a mi clamor; *

          escucha mi oración que no brota de labios mentirosos.

2    De tu presencia proceda mi vindicación; *

          vean tus ojos la rectitud.

3    Aunque ensayes mi corazón, visitándolo de noche, *

          aunque me sometas a pruebas de fuego,

          no encontrarás Impureza en mí.

4    Mi boca no hace transgresión como suelen los hombres; *

          he guardado los mandamientos de tus labios.

5    Me he mantenido en la senda de tu ley; *

          mis pisadas están firmes en tus senderos,

          y no vacilarán mis pasos.

6    Yo te invoco, oh Dios, por cuanto tú me oirás; *

          inclina a mí tu oído, escucha mi palabra.

7    Muestra tus maravillosas misericordias, *

          tú que salvas a los que se refugian a tu diestra

          de los que se levantan contra ellos.

16   Pero yo, por mi rectitud, veré tu rostro; *

          al despertar, me saciaré de tu semejanza.

 

La Epístola: Romanos 9:1–5

Como creyente que soy en Cristo, estoy diciendo la verdad, no miento. Además, mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo, me asegura que esto es verdad: tengo una gran tristeza y en mi corazón hay un dolor continuo, pues hasta quisiera estar yo mismo bajo maldición, separado de Cristo, si así pudiera favorecer a mis hermanos, los de mi propia raza. Son descendientes de Israel, y Dios los adoptó como hijos. Dios estuvo entre ellos con su presencia gloriosa, y les dio las alianzas, la ley de Moisés, el culto y las promesas. Son descendientes de nuestros antepasados; y de su raza, en cuanto a lo humano, vino el Mesías, el cual es Dios sobre todas las cosas, alabado por siempre. Amén.

 

El Evangelio: San Mateo 14:13–21

Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban. Como ya se hacía de noche, los discípulos se le acercaron y le dijeron: —Ya es tarde, y éste es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.

Jesús les contestó: —No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer.

Ellos respondieron: —No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados.

Jesús les dijo: —Tráiganmelos aquí.

Entonces mandó a la multitud que se sentara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos; recogieron los pedazos sobrantes, y con ellos llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.